jueves, 19 de agosto de 2010

La influencia de los italianos en el lunfardo y en el tango

¿Por dónde comenzar a hablar del papel de la inmigración italiana en nuestro país? No es sencillo por varias razones que incluyen la diversidad social, cultural y lingüística de los arribados.
El primero en llegar al Río de la Plata lo hizo muchísimo antes de la creación del Reino de Italia y por supuesto, de la aparición del lunfardo como habla popular.
El historiador Enrique de Gandía nos trae noticias de un navegante genovés, comerciante, que se llamó León Pancaldo, quien por razones que no viene ahora al caso comentar, estuvo con Mendoza en la primera y fallida fundación de Buenos Aires.
Algo presuntuoso el hombre, de vuelta a su lugar de origen, Savona, hizo grabar una inscripción sobre la puerta de su casa que decía: “Io sono León Pancaldo, savonese chi’l mondo tutto rivoltai a tondo”. (Yo soy León Pancaldo, de Savona y el que dio la vuelta al mundo) De ahí, tal vez, podamos comprender de donde nos viene el síndrome de agrandados que nos han endilgado.
Lo había escrito en su dialecto, alejado del latín, tal como lo hicieran en aquellos tiempos en sus escritos Ariosto o Maquiavelo empleando la lengua vulgar.
Es que en el siglo XV Italia era un mosaico de ciudades y el Imperio Español hacía sentir allí su supremacía. Carlos V, era desde 1522, dueño de Nápoles, Milán, Cerdeña y Sicilia; por ello en tiempos de la Colonia, durante el Virreynato del Río de la Plata, aquellas regiones respondían todavía a la Corona Española, por eso a estas orillas llegaron con los pioneros, apellidos como Belgrano, Castelli, Alberti, cuyos descendientes son muy caros a nuestra historia y nacionalidad.
En esos tiempos el patriotismo era la base del orgullo en que se inspiraba la potencial grandeza del país, afianzada en el concepto de patria-ciudad que se amoldaba bien a las condiciones geográficas y políticas del momento.
¡Silencio, que al mundo asoma, la gran capital del sud!
Decía el poeta Vicente López y Planes en exaltación de futuras prosperidades a concretarse en Argentina, país nuevo con recursos inagotables, con una situación geográfica, un clima privilegiados, y un campo abierto en los que podrían vivir felices millones de hombres. Así era la Argentina a mediados del siglo XIX. Contaba con apenas 1.000.000 de habitantes dispersos en alrededor de 1.400.000 Km2. Ante tal vacío demográfico poblar era la urgencia.
La mayoría de ellos llegó en barco y en tercera clase. Tuve oportunidad de leer un aviso aparecido en Buenos Aires el sábado 24 de setiembre de 1910 en la publicación “La patria degli italiani” donde se anunciaba el servicio especial extra-rápido (prometían realizar el viaje entre Europa Y el Río de La Plata en 14 días) en el “Principesa Mafalda” a un costo de $100 pesos en tercera clase si el pasajero embarcaba en Barcelona y $113 si lo abordaba en Génova.
Podemos decir que durante el siglo XIX arribaron más inmigrantes italianos de las provincias del norte y en el siglo XX llegaron más desde las provincias del Sur. Calabria, Piemonte, Sicilia y Lombardía fueron las regiones que aportaron el mayor número de inmigrantes en 130 años. Eran campesinos en su gran mayoría, pero también llegaron empresarios, obreros calificados, comerciantes, profesionales, intelectuales, técnicos y artesanos.


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Durante el gobierno de Rosas llegaron al país los genoveses, y aprovechando la brecha que había dejado libre la España monopólica se dedicaron a establecer los primeros contactos de tipo comercial. La primera inmigración italiana jugó un papel preponderante al abrir caminos y espacios para los italianos que vendrían después. Con pericia marinera navegaban los ríos desarrollando actividades conexas; la construcción de pequeñas embarcaciones, el aprovisionamiento de frutas y verduras, desarrollando una actividad que controlaron durante mucho tiempo. Baste recordar los grandes mercados abastecedores como el Mercado Acopiador Central, el Spinetto en Balvanera o el “Mercado de los Italianos” en San Cristóbal.
Del 15 al 17 de setiembre de 1869, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento se realiza el primer censo en la población.
La presencia italiana era muy fuerte en muchos ámbitos: en la Unión Industrial Argentina, en el Movimiento Anarquista, en la Federación Agraria, en los partidos políticos y en la Iglesia Católica.
Para 1871, el 87% de los italianos presentes en el país provenía del triángulo Piemonte- Lombardía- Liguria. Para 1887, parecía que toda la Argentina iba a convertirse en una Italia de ultramar puesto que ya constituían el 32% de la población de la ciudad y si a ello agregamos a los hijos de los italianos, censados a la fecha como argentinos, bien podría decirse, sin temor a exagerar, que la mitad de la población o algo más, procedía de aquel origen.
Los ligures se afincaron, progresaron, formaron un pequeño barrio italiano en La Boca y después de la caída de Juan Manuel de Rosas se expandieron por los barrios de la ciudad y algunos de ellos, como Balvanera y San Cristóbal serían distritos no menos italianos que La Boca. Todas, barriadas laboriosas, nucleadas mayormente, en torno a la actividad portuaria.
La inmigración genovesa no fue más numerosa que la de otras regiones. Concentrados, como dijimos, en el barrio de La Boca a fines del siglo XIX hablaban el genovés que no era el mismo que hablaban en Génova las clases cultas, sino que manejaban el léxico de los marineros.
Así se fueron incorporando términos: primero, gastronómicos; tuco, chupín o fainá o simplemente domésticos, como pishar o enchastrar.
Como era de suponer, los hijos de los inmigrantes pronto perdían la lengua de sus padres, se argentinizaban y llegado el momento no tenían empacho en casarse con personas de otro origen o de otras regiones del país.
Pero pasemos a ver qué pasó con el idioma, con la previa aclaración de que una cosa es el idioma y otra el habla.
Todos los idiomas del mundo son mestizos y como tal el castellano, en su variante porteña y popular, o sea el habla, recibió el sello de este dialecto traído por los navegantes de Liguria.
Tal vez resulte oportuno añadir que se llama dialecto a la variedad que asume una lengua en determinada región. Cuando se habla de los dialectos italianos se piensa principalmente en el genovés, el piamontés, el lombardo y el véneto.
En el repertorio léxico de esos dialectos se encuentra el origen de gran número de términos lunfardos.

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Sería oportuno entonces recordar qué es el lunfardo para la aventura lingüística de la vida diaria, sobre todo la del porteño que suele valerse de él para reemplazar con más fuerza al término castizo y académico, ya que no es lo mismo decir mina por mujer, ni guita por dinero, ni biaba por paliza.
“Nadie podría hablar en lunfardo puesto que no es un idioma, y así lo fuera, habría que ser demasiado tonto para renunciar a un idioma como el castellano que además de bello nos permite la comunicación con más de 300 millones de hispanohablantes”.
Llamamos lunfardo a un vocabulario con ciertos matices de energía y color que se apoya en la lengua madre; el castellano, de cuyos artículos, verbos y conjunciones debe valerse necesariamente.
Es más bien un aire insoslayable, un modo de expresión coloquial, apto para las confianzas de la amistad. ¿Quién no ha dicho alguna vez refiriéndose a alguien que se fue sin aviso ¡Se tomó el olivo! O de quien no entendió alguna consigna decir: “Agarró para el lado de los tomates”. ¿Quién alguna vez no ha dicho “tarro” por suerte o “revoque” por maquillaje?
El lunfardo es, como lo ha señalado Gobello, más hijo de la inmigración que de la cárcel. Si bien su nombre nos remite a la primera acepción; lombardo por ladrón, que nació como connotación despectiva hacia los de aquel origen, pues en Lombardía estaban los banqueros y prestamistas y es sabido que para el pueblo, prestamista y ladrón venían a ser una misma cosa.
De ahí la palabra lombardo, devenida en lumbardo que por deformación al ser oída y transmitida, derivó en lunfardo. A pesar de ese estigma, estuvo lejos de ser un habla secreta, como son las jergas carcelarias, inestables por obligación y si bien algunos términos podrían tener ese origen, puesto que delincuentes hubo siempre, en todos los sitios, aún en los insospechados, pronto abandonaron esas voces tal condición para entrar en la lengua coloquial de todas las categorías sociales, ingresar a los medios de comunicación y además atreverse a la aventura literaria.
Eso es precisamente lo que lo diferencia de los argots que acompañan a todos los idiomas y por ende, lo que lo torna llamativo para tantos estudiantes del mundo que vienen a esta Academia a estudiarlo para luego presentar las tesis en sus países de origen; Francia, EE.UU, Canadá, Alemania, Italia, Brasil etc...
El término “lunfardo” se originó en las orillas ciudadanas, en nuestro entorno portuario, casi en el mismo caldo de cultivo que dio origen en España a la germanía, con una composición étnica y social comunes a las zonas portuarias.
El puerto de Buenos Aires estaba habitado por indígenas, negros, mulatos, muchos indigentes, analfabetos, de los que en tiempos de Rosas habían compartido la antigua población criolla de las estancias, quienes sobrevivían con trabajos ocasionales en el mismo puerto, en los saladeros aledaños al Riachuelo y en el matadero que funcionaba en el actual Parque de los Patricios.
Estos gauchos, antecesores del compadrito, sumados al aluvión inmigratorio que fue a hacinarse en los conventillos, promovieron una forma de hablar que se hizo común a los vendedores ambulantes, los vigilantes, los integrantes de la baja clase media, en síntesis, gente del suburbio.

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Jorge Luis Borges llamó al lunfardo “Tecnología de la furca y la ganzúa” acompañando el concepto elitista y excluyente que por entonces tenían en altos estamentos de la sociedad por tales expresiones. Tengamos en cuenta que para Borges el Sur era la barbarie y, porque al decir de Gobello, también cayó en el engaño en que había caído Benigno Baldomero Lugones, considerado uno de los primeros lunfardistas.
Benigno Baldomero Lugones era un escribiente del Departamento de Policía y sólo le fue dado recoger los términos que andaban en boca de ladrones y rateros de poca monta con los que debía tratar por imposición de su trabajo:
Así registró angelito, otario, atorrar, bacán, biaba, bufoso, campana, chafo, encanado, escabio, escracho, guita, mina, mosqueta etc, palabras que también ingresaban al patio de los conventillos, a los lugares de trabajo y de esparcimiento, para engrosar el léxico de los inmigrantes quienes por desconocimiento de la lengua del país, en la urgencia por asimilarse al entorno, ponían en circulación palabras de ese léxico cercano y oportuno.
Hoy son voces corrientes que circulan en el habla popular de Buenos Aires, con la posibilidad de acceder al diccionario de la Lengua cuando su permanencia en el tiempo se lo habilite, como ha pasado con las palabras pibe, macana, banquina, y una veintena más, ya que como reza el lema de nuestra Academia: “El pueblo agranda el idioma”.
Queda claro entonces que el lunfardo no se formó en las cárceles ni tampoco en los prostíbulos –aún cuando aquellos hayan contribuido a enriquecerlo- sino que nació en el puerto del Riachuelo, y en todo caso se adecentó en el patio de los conventillos y en el seno de los hogares proletarios.
El Lunfardo
Se paseó entre las mesas de las fondas y bares
Se trepó a los pescantes de los carros y chatas
Pintó en los fileteados sus lemas, malabares
de una filosofía de lengue y alpargatas

En la olla de los mishios cocinó los manjares
humildes del laburo y en las piezas baratas
adecentó su historia fatigados azares
de algún lance fulero del barrio de las latas

Lo conocí de piba; me copó su ternura
Al abrazo de un tango me enredó la cintura
y desde entonces sigo su rumbo cadenero
Entrador como pocos, sin pedirme permiso
al arruyo de un tango supo moverme el piso
al compás de los versos que cantaba Rivero

Dijimos que los inmigrantes, en su afán de integración además de incorporar los términos del lunfardo, hablaban una jerigonza que Alberto Vacarezza supo reflejar en sus sainetes y entremeses.

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Un modo de expresión a la que se dio el nombre de cocoliche, ridiculizando la forma de hablar de un peón del circo de José Podestá que se apellidaba Cucolicchio, de habla tan enrevesada, que al actor Celestino Petray se le ocurrió imitarla con afán de comicidad. Era el resultado de la mezcla de español e italiano de los que creían que hablaban la castilla, como ellos mismos solían expresar.
Ocurre que pretendían ser criollos a toda costa, como el tano del que nos habla el tango La Pipistrela. O como en el folletín “Los amores de Giacumina”, que Ramón Romero, periodista entrerriano firma de este modo allá por el año 1886: ‘Io sono el hicos dil duoño di la fundita dil pacarito’
A estas alturas, comprenderán que el lunfardo ya es un hecho lingüístico, cuya presencia en el habla popular de Buenos Aires está documentada desde hace más de un siglo. Pero la gracia de aventura y picardía de esas palabras suele ser menoscabada por ciertos puristas, en tanto no obtengan el certificado de “cultas”, tal el caso de “banquina” que le ganó la delantera al castizo “arcén” al ser admitida en el diccionario de la Real Academia Española.
Otro ejemplo lo tenemos con la palabra macana, que siendo lunfarda, desde que ingresó en 1925 al diccionario de la RAE, ya no la emplea el pueblo; de ahí que su cotización haya subido de tal modo que hoy sólo parece aplicable de ministro para arriba.
En 1953, José Gobello al que le deben todavía en nuestro país reconocimiento por su labor de lexicógrafo eminente, -no así en otros lugares del mundo-, supo despertar la curiosidad lingüística de los porteños con la publicación de “LunfardÍa”, destacándose en este quehacer de mostrar la lengua, que como se podrá apreciar, no siempre resulta de mala educación.
En aquel volumen aventuró etimologías fundadas en escasas fuentes de que se disponía; italianismos dialectales, argóticos, germanescos y gitanos en el convencimiento de que el lunfardo era menos hijo de la cárcel que de la inmigración.
Con esta premisa nació la Academia Porteña del Lunfardo el 21 de diciembre de 1962. “Algunos lo tomaron como una aventura literaria pero la gente de más aguda percepción no incurrió, por suerte, en falsas interpretaciones, por lo cual fue fácil ocupar los sillones académicos”.
El lunfardo fue el lenguaje de los inmigrantes; se engendró empalmando los sufrimientos de la escasez cuando no de la miseria y andando el tiempo salió del arrabal para incorporarse al lenguaje del pueblo rioplatense.
II
Emparentado con el tango, que dicen los que saben, es un producto del Rio de la Plata, más específicamente de cuatro ciudades portuarias y porteñas: Buenos Aires, Rosario, La Plata y Montevideo, comparte con el lunfardo, por ser música y baile de los arrabales el mismo origen.
En las primeras décadas del siglo XX, los compadritos, cafishios y canfinfleros devenidos en improvisados poetas le adosaban letrillas zafadas, obscenas, a la música que se tocaba en los prostíbulos, lo que llamaríamos prototango, más ligado a la habanera y a los tangos españoles; “Qué polvo con tanto viento” o “Bartolo tenía una flauta” que luego fue “Andate a la Recoleta”, como los de la

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etapa de Angel Villoldo. Parece ser que la Recoleta era un lugar donde se organizaban bailes al aire libre. Pero lo que se bailaba, todavía no era el baile del tango que hoy conocemos, era más parecido al que en 1910 popularizó en Hollywood Rodolfo Valentino.
Para 1920, el tango ya estaba impuesto; de ser tocado y bailado en los peringundines, en los prostíbulos y en las casas de baile como las De Laura y
María La Vasca adonde solían acudir los Niños Bien de la aristocracia porteña ávidos de emociones aventureras, pasó a ser llevado por ellos, a Europa.
La influencia de la música italiana en el tango es innegable. Y son además mayoría importante los grandes músicos que hicieron escuela.
De los que se mencionan en el libro del Instituto Nacional de Música “Carlos Vega” sobre casi 300 músicos inventariados antes de 1920, 170 eran italianos.
Tango y lunfardo, al cabo de compartir el mismo ambiente, hicieron que los letristas lunfardescos abrevaran durante mucho tiempo en los temas del bajo fondo; ignoraban tal vez, que este vocabulario era apto para la inspiración de motivos más elevados.
Las primeras letras pintaban las tristezas y frustraciones del desarraigo con cierto resentimiento erótico encubierto por actitudes machistas. Con los tangos El Choclo y La Morocha creando la letra sobre modelo de los cuplés en boga se hizo popular Villoldo. Yuxtapuesta a la línea italiana, la música del campo, con melodías de estilos, tristes, y tonadas, se hallaba presente en la letra de los primeros tangos y hasta en la manera de interpretarlos, cantando como si se hablara, con inflexiones, giros, pero sin aspavientos ni fiorituras como en La Maleva, de Buglioni o Don Esteban, de Augusto Berto en la etapa de los tangos dedicados a personas importantes.
Pero fueron las estrofas precursoras de Pascual Contursi, las que le dieron al tango, que venía siendo provocador, el toque tierno y sentimental.
“Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida”... El tango abandonó el burdel y aprendió a cantarle al amor, a la madre, al hogar, al barrio, al laburo, a los amigos, abarcando todas las contingencias de la vida. Imposible olvidar en este recorrido las letras de los tangos de la noche y cabaret de Cadícamo, ni los inimitables de Discépolo, ni los reos de Edmundo Rivero...
Si bien los primeros músicos de tango fueron ejecutantes autodidactas, como Vicente Greco, otros estudiaron con maestros italianos y hay muchos tangos que aluden a los italianos; “la Cabeza del italiano”; “Giusseppe el zapatero”; “Pobre gringo”; “Una carta para Italia”; “Cafetín”; ”Canzonetta”; “Viejo Gringo”; “La Violeta”; “Domani”; “La Cantina”
Los inmigrantes aportaron el tesoro de los instrumentos; flautas, guitarras, violines, piano y bandoneón traídos de Europa junto con las técnicas y aquí le agregaron la pasión, la actitud, el modo nacional de sentir, de latir, de mover el cuerpo. Innovación trascendental.
Ese aporte resulta ampliado y fecundo cuando se comienza a impartir la enseñanza desde los conservatorios fundados y regidos por maestros italianos




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El padre de Julio De Caro había sido profesor en el conservatorio de Milán y el padre de Discépolo, Santo Discépolo había sido profesor del Conservatorio Real de Nápoles. Hagamos una lista: Bardi, Cobián (Bianco al revés) De Caro, Delfino, Firpo, Mafia, Blasco, Spátola, Vardaro...
Desde luego hay más nombres: Salvador Fracassi y Elmérico Fracassi, Bolognini, Del Ciopo, Galvani, Giribone, Vicente Scaramuzza, maestro de Orlando Goñi, Lucio Demare, excelentes pianistas tangueros, como Alfredo Bevilacqua o Carlos Di Sarli... Oir a Firpo es oir “El trovador” de Rigoletto.
Son muchas las estrellas del tango y del lunfardo de origen italiano,
Entre los cantores, músicos y poetas, rescato de una enorme lista a los de la primera generación; Ignacio Corsini, Agustín Magaldi, Azucena Maizani, María Sofía Isabel Bergero, llamada (la Negra Bozán), Mercedes Simone y andando el tiempo a Alberto Marinaro conocido como Alberto Marino; Remo Recagno que no era otro que Alberto Morán; José Angel Lomio más conocido por Angelito Vargas, el tano Fiorentino; Carlos Marcucci iniciando la genealogía del bandoneón con Gabriel Clausi o Aníbal Troilo. Y los violines de Roccatagliata, de Cayetano Puglisi y de tantos otros...
Quedan muchos, muchos sin nombrar pero la lista es interminable y nos amaneceríamos en afán de cumplir nuestro propósito.
La década del 40 marca la época dorada con las grandes orquestas; Osvaldo Fresedo, Angel D’Agostino, Miguel Caló, Osvaldo Pugliese, Aníbal Troilo, Atilio Stampone, junto a tantos letristas y poetas de vuelo literario cual Julián Centeya (Amleto Vergiati), Nicolás Olivari, Silverio Manco, Iván Diez, Eduardo Giorlandini... que agregaron italianismos a la naciente poética lunfardesca como pibe, chau, fiaca, laburo, escabio, chitrulo, morfi, pichicata, apoliyar, amurar, yeta, cazote, y ¡tantas otras!
Pero no puedo concluir este anémico y sobrevolado panorama de reconocimiento al enorme aporte itálico sin mencionar a La Guardia Vieja con Genaro Spósito, Juan Maglio “Pacho” o Francisco Canaro como lo registra la historia.
Y así, como quien cuelga sus prendas en la soga de la ropa, con la misma abigarrada mezcolanza de un patio de conventillo, expuse ante ustedes mis recordatorios sin pretensión de especialista, encomendada a la benevolencia del auditorio, pero recordándoles que intenciones también son amores.

Otilia Da Veiga
17-8-10
En su visita al RC Villa Urquiza

viernes, 18 de junio de 2010

sábado, 29 de mayo de 2010

Educación y mundo habitat

Dijo José Mujica (Presidente de Uruguay):
Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura no sólo hay esfuerzo sino también placer.

Dicen que la gente que trota por la rambla, llega un punto en el que entra en una especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo le queda el placer.

Creo que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es puro disfrute.

¡Qué bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha gente!

Qué bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales.

No porque sea elegante sino porque es placentero.

Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines.

¡No hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen felices!

Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de shopping centers.

En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa nueva y de cajas de electrodomésticos.

No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible.

Digo que también podemos pensar en un país donde la gente elige arreglar las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un auto grande, elige abrigarse en lugar de subir la calefacción.

Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a Holanda y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección de los noveleros y los frívolos.

Los holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero también para ir a los conciertos o a los parques.

Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta tanto de consumos materiales como intelectuales.

Así que amigos, vayan y contagien el placer por el conocimiento.

En paralelo, mi modesta contribución va a ser tratar de que los uruguayos anden de bicicleteada en bicicleteada.

LA EDUCACION ES EL CAMINO

Y amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene un nombre y se llama educación.

Y mire que es un puente largo y difícil de cruzar.

Porque una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo educativo y sostenerlo en el tiempo.

Las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le lucen a ningún gobierno, movilizan resistencias y obligan a postergar otras demandas.
Pero hay que hacerlo.

Se lo debemos a nuestros hijos y nietos.

Y hay que hacerlo ahora, cuando todavía está fresco el milagro tecnológico de Internet y se abren oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento.

Yo me crié con la radio, vi nacer la televisión, después la televisión en colores, después las transmisiones por satélite.

Después resultó que en mi televisor aparecían cuarenta canales, incluidos los que trasmitían en directo desde Estados Unidos, España e Italia.

Después los celulares y después la computadora, que al principio sólo servía para procesar números.

Cada una de esas veces, me quedé con la boca abierta.

Pero ahora con Internet se me agotó la capacidad de sorpresa.

Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda por primera vez.

O como los que vieron el fuego por primera vez.

Uno siente que le tocó en suerte vivir un hito en la historia.

Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los museos; van a estar a disposición, todas las revistas científicas y todos los libros del mundo.

Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo.

Es abrumador.

Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente.

Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua.

Lo conseguiremos si está sólida esa matriz intelectual de la que hablábamos antes.

Si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena.

Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo el océano de información, acá abajo preparándonos para la navegación trasatlántica.

Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada.

Y probablemente, inglés desde el preescolar en la enseñanza pública.

Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo.

No podemos estar afuera. No podemos dejar afuera a nuestros chiquilines.

Esas son las herramientas que nos habilitan a interactuar con la explosión universal del conocimiento.

Este mundo nuevo no nos simplifica la vida, nos la complica..

Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación.
No hay tarea más grande delante de nosotros.